domingo, septiembre 26, 2004

Falto

Miró en el espejo, y se tuvo lástima.
Fingía su propia tristeza solo para tener a alguien, aunque sea una parte de si, que se compadeciese de él y no lo hiciese sentirse tan solo.
Movió una mano mientras que con el otro brazo se apoyaba pesadamente en el lavamanos. Le resultaba de por si increíble que tuviese el poder de manejar ese instrumento tan extraordinario, que ahora tuviese una herramienta, una máquina tan compleja como el cuerpo humano.
El movimiento tan preciso de los dedos en sincronía, y sus ojos captándolos…
La mano le temblaba y se avergonzó, así que inmediatamente la quitó de vista haciendo uso de su poder sobre ella.
Caminó con la mirada al frente, sin voltearse ni ladear la cabeza. Llegó a su balcón y abrió la ventana.
Era hermoso, una conjunción de elementos, una pintura en óleo de un atardecer fatuo.
Resultaba extraño como esa misma luz, los últimos rayos que lo reconfortaban, anunciase también la solemnidad de su decadencia. Solo una vez se había necesitado romper su espíritu, solo una vez, y lo habían quebrado con tanta facilidad...
Su enemigo no fue un hombre común, no era como él, y lo había encontrado una tarde como esa, viendo a lo lejos desde hacia ya mucho su venida, despuntando desde el firmamento.
Tontamente creyó poder vencerlo. Los años de preparación habían afianzado su coraje, su seguridad. Y era que mientras uno crecía en poder, el otro flaqueaba.
Una década y media pasó hasta que se encontraron.
Un gran monte se erigía frente a él, recortándose contra el cielo sulfuroso. Sabía bien que en la cima de ese monte su Destino se encontraría con él finalmente.
Sin contemplaciones comenzó a subir, siempre mirando a lo alto, flanqueando las rocas y arbustos, sin temer a algo tan mínimo como los deslices.
El sol se ocultaba tras la silueta de un edificio lejano, y pudo ver como era la Luna quien cobraba protagonismo en el cielo aún celeste. Apretando los dientes, fingiendo depresión y con el valor quebrantado, lloró ese ocaso.
Lloró porque era hermoso, porque nunca había tenido la oportunidad de agradecerle todo lo que le había dado, y lloró por si mismo porque en verdad sentía compasión por su desdicha.
Apoyó su mano en la última saliente, trepó y se puso de pié. Se dio cuenta de que había crecido, que todo ese tiempo que estuvo subiendo lo había hecho madurar y prosperar, que ya no era el mismo que había dado el primer paso…
Apenás levanto la vista, allí estaba aquel, observándolo, todo envuelto en tinieblas.
El otro esperaba y pensaba en algo. Pasaron así los segundos, los primeros segundos de su vida que habían sido tan valiosos, porque eran lo único que lo separaba del momento final.
Se preguntaba porque no le resultaba extraño que estuviese de cabeza, pero no le importó darse una respuesta. Sencillamente dijo con la voz llena de expectativa, pero calma:

- Aquí estoy.

La voz que le respondió no se parecía en nada a lo que esperaba, y se sorprendió. Era más bien profunda, lejana, como si viniese de otro lado, de todos lados…

- QUIEN ERES EN VERDAD.

El tono era imperativo, y dedujo que no iba a cambiar.

- Yo soy yo, ¿y tú?

- YO NO SOY TÚ. YO SOY YO, Y NADIE MÁS.

Un ápice de consternación se le vino encima cuando oyó su respuesta. Las cosas no serían tan fáciles como esperaba. Tal vez si le seguía el juego…

- Explícate.

- TÚ NO ERES YO. YO SOY YO, Y NADIE MÁS.

- Es así. Yo no soy tú, y tú no eres yo.

- NO. TÚ NO ERES, NO PUEDES SER SI YO SOY. Y YO SOY.

El juego de palabras comenzaba a confundirlo y cansarlo. Mejor sería desviarse de ese tema y regresar a él cuando supiese más del otro.
Suspiro y dijo:

- Respóndeme, ¿de donde vienes?

- NO HE VENIDO.

- Has llegado hasta aquí. ¿De donde?

- SIEMPRE HE ESPERADO.

Miró a su alrededor. El cielo enfermizo y amarillento, el sol pálido y mortecino, el yermo gris y la línea roja del horizonte.
¿Cómo podía haber estado allí desde siempre?, ¿cómo alguien podría siquiera no caer en la desesperación al pasar el tiempo suficiente en ese infierno mental?

- Eso es imposible. ¿Me estás diciendo que “vives” aquí?

- LO HAGO. MIS DOMINIOS SON LO QUE TU VISTA PUEDE ABARCAR. SON LAS TIERRAS QUE TÚ PUEDES PISAR. MI REINO ES EN EL QUE TÚ VIVES. NUNCA ME HE IDO, PERO ALGÚN DÍA VOLVERÉ.

La enunciación de aquel ser era como la de un semidiós. Tan contundente, tan poderosa, que la sentía caer sobre él con el peso de una montaña, como si dicha afirmación hubiese sido grabada con fuego en los mismos cimientos del mundo desde tiempos inmemoriales.
Entonces una duda surgió en su cabeza, una pregunta que sentía debía hacer.
Con los ojos entornados le dijo:

- Dime, ¿nos conocemos…?

- SI.

Una reminiscencia lejana pareció haberse removido.
Se veía a si mismo en un mundo distinto, menos claro, como si a pesar de su juventud, las cosas estuviesen más desgastadas y grises. El vivía, y lo hacía con toda la pasión de quien sueña, pero nunca abría los ojos. Su sueño era bello, pero eterno.
Y sin embargo esa eternidad fue irrumpida, y dejo de ser eternidad. Como un destello ínfimo en el vasto espacio de su alma, algo cambió un día, un día como cualquier otro. No sabía porque, y no supo que había sucedido. No lo sabría hasta mucho más tarde, cuando él regresase y se lo recordase.
Lo más extraño era que en su anterior vida nunca había sido infeliz, nunca había sentido la duda, la aspereza de la verdad ni el sabor del cambio. Esa vida que se seguía consumiendo tan lentamente que ni aún el día de su muerte terminaría de extinguirse, formaba parte de él. Era una puerta cerrada en su memoria, algo que como condición propia a su despertar le fue vedado.
En su rostro atónito se veían los ojos desenfocados y la boca semiabierta. Una emoción muy fuerte de angustia lo anegó haciéndolo estar a punto de sollozar, pero se contuvo, ya que hubiese sido el fin. Sabía que el otro esperaba eso, porque ahora sabía quien era él…
Pensó sus palabras, porque las palabras tenían poder en ese mundo, y el poder era como una espada de doble filo.
Dijo en un tono medio enajenado, bajo pero audible:

- ¿Quién eres en verdad?

- YO SOY YO. Y TÚ.

- ¡Yo no soy tú! ¡Yo soy yo, y nadie más!

La orden vino directa, tajante:

- EXPLÍCATE.

- Tú no eres yo. Yo soy yo y nadie más…

- ES ASÍ: TÚ NO ERES YO, Y YO NO SOY TÚ.

- ¡No!, ¡tú no eres!, no puedes ser si yo soy… ¡Y yo soy!

El otro hizo una pequeña pausa, y un viento árido sopló en los montes.

- RESPONDEME. DE DONDE VIENES.

- No he venido.

- HAS LLEGADO HASTA AQUÍ. DE DONDE

- Siempre he esperado…

Bajó la cabeza y miró el suelo, inexpresivo. De alguna forma era cierto. El había estado esperando toda su vida ese encuentro, había esperado desde siempre el momento en que ambos se encontrasen, porque era lo que le daba un sentido a su existencia. Este era el momento que había esperado, y estaba escurriéndose entre sus dedos como la arena.
¡No podía permitírselo!
Esto no volvería a suceder, es más, posiblemente ni esté sucediendo se decía. No obstante no iba a arriesgarse. Perpetuaría su vida si se retiraba ahora, pero nunca volvería a estar entero. Jamás podría revindicarse, y vagaría para siempre falto de sueños y razones…
Un ímpetu se apodero de su espíritu, y apretó sus manos con fuerza.
El otro volvía a hablar, y esta vez supo que estaba contrariado, aunque no lo expresase. Sencillamente lo supo.

- ES IMPOSIBLE. ME ESTÁS DICIENDO QUE VIVES AQUÍ.

- Lo hago. Mis dominios son lo que tu vista puede abarcar. Son las tierras que tú puedes pisar. Mi reino es en el que tú vives. Nunca me he ido, pero este día volveré.

Con sus últimas palabras, todo su cuerpo se sintió temblar, y el brío que tuvo se concentró en una sola acción: dar un paso.
Hizo un esfuerzo sobrehumano, y apenas pudo levantar el pié, pero el resto del movimiento fluyó con naturalidad, como si fuese algo ordinario.
El otro retrocedió, y el Destino se desencadenó…
El matiz de esa enorme baldosa ambarina a la que él llamaba cielo cambió y se transfiguro alrededor de la base del monte del otro. Las nubes comenzaron a devorar la montaña invertida, violáceas, enardecidas por una energía pulsátil y necesaria.
Él se quedo quieto, viendo al otro que tenía a unos metros en frente, parado en su sitio, en la cima de su monte. Sus ojos no manifestaban terror, al contrarió, pudo ver en ellos una serenidad inmensa, un atisbo de gratitud, justo antes de que la masa de gas lo engullese.

Se encontraba solo. Ya no había nadie más, y la noche se tendía sobre la ciudad que comenzaba a cobrar vida.
En la oscuridad de su casa, en el retraimiento de sus pensamientos y con los ojos perdidos, solo alcanzó a formular una frase:

- Yo gané.


¿Él?, él ya no estaba muy seguro de quien era, ni de quien fue…