domingo, octubre 17, 2004

La Bolsa

Y como se preguntase la causa de aquellos males tremendos que afligían a él y a los suyos, el velo se desgarró, y vio ante sí un mar de olas de zafiro y espumas de nácar, bañado por la luz de una espléndida aurora. Y balanceándose en la orilla, a los soplos de una fresca brisa, un bajel de forma antigua, de remos de plata y casco de marfil, de velas purpúreas y mástil de oro. Y en una isla de coral próxima a la orilla, una mujer, la Cleopatra sin duda de aquella barca, que con voz hechizadora lo llamaba agitando sus brazos desnudos. El se embarcó, seducido, y manos invisibles agitaron los remos, mientras una música deliciosa se levantaba del fondo del mar, como si las nereidas estuviesen de fiesta en sus grutas de perlas. Después, cuando estuvo al alcance de la mujer cuyas miradas lo encendían y turbaban, ella extendió los brazos y lo atrajo sobre su tibio y palpitante seno... Durante un momento, él probó todos los goces del amor y de la vanidad satisfecha, viéndose dueño de la criatura más hermosa que habían contemplado sus ojos. Pero de pronto vio que los brazos que lo estrechaban transformábanse en asquerosas patas provistas de largas uñas en sus extremos. Y el seno palpitante se transformaba también, y echaba pelos, pelos gruesos, largos, cerdosos, que pinchaban como las púas de un erizo. Y cuando quiso huir, arrancarse a la fuerza que lo retenía, fue en vano. Las uñas se clavaron en su piel, y sus articulaciones crujieron haciéndose pedazos. En su espantosa agonía, alzó los ojos buscando la cara que momentos antes besara con pasión, y vio que las hermosas facciones que tanto había admirado, se metamorfoseaban lentamente. La boca se alargaba hasta las orejas, y agrandábanse y multiplicábanse los dientes, en tanto que los ojos, furiosos y bizcos, se revolvían en unas órbitas profundas y sin párpados. Y él entonces, debatiéndose en el horror de una agonía espantosa ¡loco, loco para siempre! oyó estas tres palabras que salían roncamente por la boca del monstruo:

-Soy la Bolsa.


Julián Martel


30 de diciembre de 1890.